Analfabetismos De Tercer Orden

Analfabetismos De Tercer Orden

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Analfabetismos de Tercer Orden

 

Dr. Alberto Beuchot González de la Vega

Director del Centro de Coaching Empresarial©

 

 

Después de los analfabetismos cultural, social y emocional, que denominamos de segundo orden, quiero mencionar aquellos que tienen cabida dentro de un tercer grupo, los analfabetismos de tercer orden. En primer término, el analfabetismo conversacional, o la incapacidad de lo que el biólogo chileno Humberto Maturana llama “lenguajear.” Cada vez es más reconocida y valorada la habilidad de una persona para escuchar al otro. Y con esto no quiero decir que escuchar es “oír”. Es mucho más que el mero acto biológico de percibir los sonidos emitidos por el aparato bucolaríngeo de un tercero. Escuchar es oír más interpretar. Es ser capaz de percibir aquello que está detrás de lo que otra persona dice: aquello que no se manifiesta y que sin embargo está ahí, en la conversación del otro. Es poder captar las inquietudes del interlocutor, lo que realmente le preocupa, le interesa y le hace vivir.

El escuchar, por ende, está muy lejos de ser un acto pasivo, o de ser simplemente una dejar de hablar para que el otro diga lo que quiere decir. Por otro lado, también el hablar es importante. Implica tener la capacidad de distinguir entre afirmaciones, opiniones y declaraciones; de hacer peticiones, ofertas y promesas, así como y de saber cumplirlas; de saber emitir juicios fundamentados en afirmaciones acerca del desempeño de uno mismo y de otros; de hacer declaraciones con sentido que normen el actuar de la vida propia y la de una comunidad; de indagar, de proponer, de hacer públicas algunas conversaciones privadas y de comprender que el hablar construye o destruye relaciones personales. De entender, en pocas palabras, que el hablar no es inocente y que a través de él, generamos realidades para nosotros mismos y para otros. Continuamos la semana entrante.

En segundo lugar, tenemos el analfabetismo mente-cuerpo. La persona que es analfabeta en este sentido es incapaz de comprender la relación existente entre sus creencias, sus emociones y sus conductas por un lado, y el estado de salud que guarda su cuerpo por el otro. Es incapaz de comprender que el cuerpo, a su vez, es fuente de energía física, mental y espiritual. No percibe que la gestualidad, la postura y la respiración reflejan la forma en que nos enfrentamos al mundo y el cómo nos concebimos como personas. No concibe al cuerpo como expresión de una modalidad de ser ni como espacio de diseño de su persona. Privilegia lo racional por sobre lo lúdico e intuitivo. Desprecia lo que el cuerpo sabe. Trabaja para su cuerpo, no a través del cuerpo, con el cuerpo. Es poco eficaz para aumentar su repertorio de acciones y la efectividad de su desempeño laboral a través del trabajo constante sobre el cuerpo en cuanto a su flexibilidad, a su resistencia, a su fuerza y a su relajación. Es incapaz, en fin, de apreciar y cuidar de su cuerpo, así como de concebirlo como un medio de aprendizaje. Estas personas saturan y agreden su cuerpo con sustancias nocivas

En tercer sitio, está el analfabeta ecológico. Este individuo no es capaz de entender y de comprender la relación de las partes con el todo. Es incapaz de entender la profunda y última interrelación entre las actividades humanas, y de entender las consecuencias sociales y globales de sus acciones. No asume la responsabilidad de sus actos por pensar en forma individual y a corto plazo. No es capaz de promover y alentar la construcción de comunidades de aprendizaje y de progreso sin destrozar y disminuir las oportunidades de las generaciones futuras. Ser alfabeta ecológico implica ser capaz de entender los principios de conectividad y organización de los ecosistemas y ser capaz de crear comunidades humanas sustentables; entender que su función es hacer la liga entre las comunidades ecológicas y las comunidades humanas, entre la eco/logía y la eco/nomía.

Implica, por ello, considerar que las organizaciones humanas son estructuras vivientes y comprender que nuestro comportamiento como miembros de un sistema está determinado por el comportamiento de otros y a su vez lo determina. Un alfabeta ecológico entiende y pone en práctica el valor de la interdependencia, y valora la cooperación por sobre la competencia, y el de la flexibilidad y la diversidad por sobre la rigidez y la uniformidad. Entiende que la Tierra es un organismo vivo, y que el ser humano no está en ella para explotar y adueñarse o enseñorearse a corto plazo de los recursos naturales, sino que tiene la obligación de conservarlos y preservarlos para generaciones futuras. Ser alfabeta ecológico, entonces, implica más allá de cuidar un par de macetas en casa: implica un cambio de mentalidad y de hábitos de consumo desenfrenado pensando no en la satisfacción inmediata de necesidades creadas, sino en la supervivencia del ser humano y del planeta mismo.

Por último, el analfabeta transpersonal (o espiritual) entiende su ser en el mundo con estrechez de miras. Entiende poco o nada de las nociones de conciencia cósmica y limita su existir a su actuar aquí y ahora. Y no es que el alfabeta transpersonal necesariamente tenga que creer en la existencia de un Dios, pero una persona así sí se caracteriza por su sentido de conexión con lo numinoso, lo inmanente y lo sagrado. Una persona con estas características necesariamente deviene humilde, y su quehacer fuera y dentro del trabajo lo realiza buscando la transformación personal propia y de la gente que de é depende bajo un profundo respeto por la relación misma. Una persona analfabeta en este sentido se concibe a sí mismo únicamente como un hato de moléculas e impulsos eléctricos, y no percibe intuitivamente su conexión con un todo superior cuyo concierto se le escapa. Dado eso, no se siente parte fundamental del orden de las cosas, sino un ente material y transitorio. Un analfabeta en este sentido no se concibe a sí mismo como un ser que participa del poder creador, y por ello no se siente con la responsabilidad de responder a ello mediante la tarea diaria de la construcción de su propia persona como un esfuerzo constante.

Pudiéramos agregar muchos otros analfabetismos, pero creo que con estos basta para entretenernos un poco. Podemos estar de acuerdo o no con esta manera de ver al ser humano. Eso no es lo importante. Creo firmemente que los procesos humanos que a partir de hoy no tomen en cuenta e incluyan estos aspectos dentro del trabajo empresarial, de las relaciones en casa y de las actividades escolares tienden a ser poco efectivos en la formación de personas y, por ello, riesgosos tanto para el individuo en particular como para la humanidad en general.

Usted, estimado lector, tome todos estos analfabetismos, los de primer, segundo y tercer orden (ver artículos pasados) y analícese de acuerdo a cada uno de ellos. ¿Dónde tiene deficiencias? ¿Dónde pudiera mejorar? No es extraño que en varios tenga áreas de mejora, y tampoco es extraño que el tipo de vida que lleva (y la forma en que ésta afecta a los que le rodean) sea precisamente producto de las deficiencias que exhibe en cada uno de ellos.

Me gustaría seguir aprendiendo de ustedes. abeuchot@cencoem.org

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