Conversar

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Conversar

Dr. Alberto Beuchot González de la Vega

Director del Centro de Coaching Empresarial©

 El escuchar, decíamos la semana anterior, es un componente fundamental de nuestras conversaciones. Es escuchar, contrariamente a la concepción tradicional, es siempre activo. Al escuchar, hacemos mucho más que simplemente recibir, pasivamente, lo que el otro dice. Otorgamos sentido al decir del otro, interpretamos, desde nuestro ser, lo que se está hablando. Allí reside precisamente el gran problema (y la gran riqueza) con el escuchar. El sentido que le conferimos a lo que el otro dice, suele ser diferente del sentido que, quién habla, le está confiriendo a su hablar. Es más, esos sentidos nunca son exactamente iguales. Siempre existe una brecha entre el sentido de quién habla y el sentido de quién escucha, simplemente porque somos personas diferentes, con diferentes experiencias, diferentes historias, incluso cuando hacemos uso de las mismas palabras. Siempre conferimos sentido a partir de nuestras experiencias previas.

Por todo lo anterior, y refiriéndonos al ámbito empresarial, un factor determinante de una gestión empresarial efectiva son las competencias conversacionales que posee el directivo, y que difícilmente han sido áreas formales de aprendizaje en los programas de formación para ejecutivos. La comunicación, por lo tanto, no es un aspecto particular del desempeño empresarial, sino el fundamento que sostiene todas las demás competencias de un directivo, ya que su trabajo consiste, fundamentalmente, en sostener conversaciones con otros. Y saber conversar es, a fin de cuentas, poder coordinar acciones con otros. Vista así, la empresa resulta una red dinámica de conversaciones. Es por ello decisivo preguntarnos tanto por el tipo de conversaciones que los miembros de una organización sostienen entre ellos al interior de la misma, como por las conversaciones que la organización mantiene con su entorno. El tipo y nivel de conversaciones deben adecuarse a los objetivos que se plantean. De este modo, el conversar efectivo, el diálogo productivo, el hablar y el escuchar con efectividad son, hoy día, herramientas clave para la construcción de equipos de trabajo y organizaciones de alto desempeño.

Pero no solamente en el ámbito empresarial es que las conversaciones resultan ser clave para el desempeño de sus miembros. Tomemos el caso de la familia. Repetidamente escucho que no hay comunicación entre sus miembros. ¿Y qué significa esto? ¿A qué exactamente se refiere este comentario? Primordialmente indica que los integrantes de una familia se sienten incomprendidos por el otro, y no porque no consideren que se carece de cariño y amor al interior del seno familiar, sino porque no perciben que el otro entienda realmente lo que quieren decirse unos a otros (por un lado) y porque no se sienten capaces de poder entender al otro. Y esto no tiene que ver con lo que se dice, sino más con lo que no se dice. Hay que aprender a escuchar aquello que se calla, que se disfraza, que se evita, ya sea por miedo, por vergüenza o por precaución para dañar al otro.

En los talleres sobre comunicación efectiva suelen surgir preguntas como la siguiente; “¿Por qué mi mujer (marido, hija, madre) no me escucha cuando yo hablo?” Creo que el problema, puesto así, no tiene sentido, porque hace recaer la responsabilidad de la escucha totalmente en el otro. Yo digo lo que digo y el otro es el que no me entiende, el que se cierra, el que tuerce las cosas. Las dinámicas en los talleres están orientadas a replantear el problema de la siguiente manera: “¿Cómo me aseguro YO que aquello que digo sea escuchado por el otro de la forma en que a mi me interesa ser escuchado?” “¿Por qué el otro se cierra cada vez que yo digo algo? ¿No será que hay algo que a mí me falta hacer para que el otro se abra?” “¿De qué manera soy responsable YO de la forma en que el otro me escucha?” Puesto de esta forma, yo me convierto en co-responsable de la escucha del otro, entendiendo la conversación como lo que es, una danza de dos personas al mismo ritmo musical.

No olvidemos que se habla y se escucha desde una cierta emocionalidad. Y es factible que la emocionalidad desde la que me escucha el otro sea, en gran medida, producida por la emocionalidad con la que yo le hablo. En otras palabras, cada uno de nosotros contribuye a la forma en que el otro nos escucha. Visto así, comenzamos a entender que si yo quiero que el otro me escuche de forma más efectiva, YO tengo que hacer algo para que eso suceda. Dejo de ver hacia el otro y comienzo a ver hacia mí mismo. Este es un giro fundamental en toda relación humana, sea familiar, pedagógica o laboral. A fin de cuentas, lo que importa es la relación en sí, no las personas individuales.

Me gustaría seguir aprendiendo de ustedes. abeuchot@cencoem.org

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