La Tercera Vía y el Sentido de Vida

La Tercera Vía y el Sentido de Vida

Laberinto

La Tercera Vía y el Sentido de Vida

Dr. Alberto Beuchot González de la Vega

Director del Centro de Coaching Empresarial©

El ser humano aún exhibe una serie de diferencias fundamentales con respecto a otros seres vivos. Por ejemplo, es capaz de hacer ciencia, de crear arte, de creer en dioses y de construir visiones y sueños, así como también es capaz de terminar con la vida de sus semejantes por motivos más allá de nuestra comprensión. Pero quizá la diferencia más importante sea la capacidad, la preocupación y la ocupación por encontrar sentido a su vida, a sus acciones, a sus vivencias. El único lugar donde podemos buscar el sentido de la vida es en nosotros mismos. De hecho, lo que hacemos, más que buscar sentido en nuestros actos, es conferir sentido a los mismos. Precisemos un poco más.

El mundo exterior está bien tal cual está. El mundo no está ni bien ni mal. No tiene problemas, ni es capaz de ver posibilidades ni soluciones. Somos nosotros los seres humanos los que calificamos al mundo de una u otra manera, los que determinamos las posibilidades, los problemas y las soluciones. Y dado que somos capaces de calificarlo el mundo es que procedemos a tomar distintas acciones. Por esto mismo, no es que las cosas y los eventos tengan sentido o carezcan de él. Simplemente, nosotros como individuos los pensamos así de acuerdo a nuestra conformación social y de acuerdo a nuestras historias personales. Esto puede explicar el que un mismo evento (por ejemplo, una enfermedad grave) ocasione que una persona que lo viva se desespere, reniegue de él y maldiga su existencia, mientras otra persona se encuentre a sí misma y descubra valores en ella que no tenía antes del evento, y que inclusive llegue a amar dicho evento, por trágico que pueda parecer a los ojos de otros.

Por lo regular, tendemos a adoptar dos actitudes básicas cuando queremos relacionarnos con el mundo, la primera basada en un materialismo exacerbado a causa de una orientación productivista y cosificadora y la segunda, consecuencia de un fanatismo religioso despersonificador y denigrante. Sobra decir que juzgamos a ambas como posturas ontológicas como erróneas y muy poco responsables de lo que implica constituirse como ser humano. Veamos ambas con mayor detenimiento.

Desde la primera postura, relacionarme con el mundo como ser humano implica que éste (personas y cosas) tiene la obligación de plegarse a mis deseos, a los planes y concepciones trazadas por mi cerebro. Dicho de otro modo, lo que me rodea tiene la obligación histórica de conformarse, de hacerse a la forma de mis caprichos, necesidades e intenciones. Yo soy el importante y el mundo está ahí afuera para servirme y servir a mis intereses, que dicho sea de paso, son los únicos válidos. Por ende, los seres humanos que me rodean se cosifican y mi relación con ellos es puramente utilitaria. No reconozco la legitimidad de otros y me importan muy poco sus inquietudes. De este modo, sólo existen dos tipos de personas: las que sirven a mis planes y las que los estorban. Esta postura es extremadamente egoísta, narcisista y terriblemente peligrosa, aunque se ha pretendido ver como una cualidad de los “grandes hombres”, que han pasado por encima de todo por seguir una visión. Este es el camino del megalómano.

Desde la segunda postura, relacionarme con el mundo implica el total y absoluto abandono de mi persona, de mi individualidad. Implica el sacrificio incondicional de mi yo, de mis ideas, mis concepciones y mis sueños con el sólo objeto de entregarme en cuerpo y alma a los ideales y concepciones de otros. Me convierto en un medio para los fines de terceros, en una forma pasiva y estúpidamente resignada. Considero la legitimidad de otros muy por encima de la mía propia, ya que tan poca cosa soy. Mi capacidad de trascender, de transformar mi esencia es nulificada al convertirme en apéndice de causas definidas por seres que nunca tomaron en cuenta mi interioridad, pues carezco de ella. Servir, para este tipo de personas, es sinónimo de servilismo, y ayudar está emparentado con la auto-anulación. Este camino es muy poco responsable de la identidad única e indivisible que todos poseemos y cuyo desarrollo es nuestro deber histórico. Este es el camino del pusilánime.

Sin embargo, creemos que existe una tercera vía. Este camino es el emprendido por el hombre que entiende su carnalidad y asume su estar y su ser aquí y ahora. Es el camino que toma el individuo que entiende que así como sus acciones modifican el mundo exterior y tienen efecto sobre las personas que lo rodean, a la vez este mundo modificado por su quehacer lo modifica a él en la misma medida. Este individuo se define a sí mismo al mismo tiempo que define al mundo, su mundo, en una relación de influencia mutua y de crecimiento simultáneo y paralelo. Él es el mundo, pues no se concibe a sí mismo como ente separado de la realidad externa. Es el camino del verdadero ecologista, para el cuál el mundo exterior no es tal, sino una matriz que lo alimenta y el escenario donde su poder (entendido como capacidad de acción individual y colectiva) se puede desenvolver gracias al (y a pesar del) poder de otros. Es decir, no las entidades aisladas, sino la red vital en la que se otorgan sentido mutuamente. No lucha contra el mundo ni se aísla del mismo: danza con él, en un baile acompasado y rítmico.

Mundo y ser, desde esta perspectiva, se hacen y determinan a sí mismos de manera simultánea. Lo importante, pues, no son los individuos, sino la cantidad y la calidad de las relaciones y los procesos que se establecen entre ellos. Esta postura implica humildad y genera grandeza. Este tercer camino, a nuestro juicio, es el único válido. Es el camino del compromiso, de la responsabilidad y, por qué no, de la solidaridad, palabra a la que es preciso rescatar de su banalización por un abuso político irresponsable y retornarle la dignidad de su significado original.

Me gustaría seguir aprendiendo de ustedes.

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