El crecimiento como persona se da a través de una reflexión interpretativa profunda. En ocasiones, y por diversas circunstancias, nos es difícil llevar a cabo esta constante interpretación y nos es igualmente difícil, por ende, diseñar acciones para que ese proceso de convertirnos en personas nos resulte lo más natural posible. Surgen escollos en el camino (o al menos así los vemos) los cuales nos limitan temporalmente. Es decir, se manifiestan obstáculos que interrumpen ese proceso normal del devenir personal.
Dado que no somos capaces de superar dichos quiebres (y en ocasiones ni siquiera poder identificarlos) nos vemos en la necesidad de recurrir a soluciones externas estereotipadas, rápidas, en lugar de que pidamos ayuda de manera tal que nosotros mismos podamos descubrir y generar dichas soluciones específicas para nuestra particular interpretación del problema. En otras palabras, que nos hagan modificar la forma en como vemos las cosas, porque bien puede ser que el quiebre que enfrentamos se deba precisamente a esa forma particular de ver el mundo. El coaching se hace cargo de esto: no de dar una solución predeterminada, sino de llevar al coachado a repensar, a reinterpretar su problemática de una forma distinta, de hacer sentido de la realidad de una forma más poderosa que contribuya a eliminar la frustración generada precisamente por la forma en como vemos e interpretamos la realidad.
El coaching es, al mismo tiempo, una práctica, un arte, una disciplina y una metodología que echa mano de un conjunto de herramientas lingüísticas, emocionales y corporales para destrabar un esquema de congruencia de vida en una persona con objeto de ayudarle a ver más allá de lo que ese esquema le permite. El coach no es depositario de la verdad. No hay tal verdad. Simplemente le presta sus ojos y su esquema interpretativo al coachado para que pueda hacer mayor sentido de su situación presente, y pueda así avanzar en la construcción de su propio proceso de vida.