El Cuerpo como Dominio de Intervención

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El Cuerpo como Dominio de Intervención

Dr. Alberto Beuchot González de la Vega

Director del Centro de Coaching Empresarial©

Hace algún tiempo ya, el autor Bruno Ferrari publicó un estupendo artículo titulado “El Hombre Light.” En él, entre otras cosas, menciona que “…tras la pérdida de confianza en los proyectos de transformación de la sociedad, sólo cabe concentrar todas las fuerzas en la realización personal, y aparece la neurasténica preocupación por la salud que se manifiesta en la terapia personal o de grupo, los ejercicios corporales (aerobics, fisicoculturismo, fitness, jogging, etc.) y los masajes, la dietética, las vitaminofilias,…Lo que importa es conseguir los ingresos adecuados, conservarse joven, cuidar la salud…Ahora la estética sustituye a la ética.” Esto es reforzado por David Viscott, que menciona que la publicidad manipula el miedo más universal, que es el miedo de quedar afuera, de no pertenecer, y lo hace al proclamar y arrogarse el derecho de decir qué estilo y qué modelo de cuerpo está de moda.

Los seres humanos tenemos tres dominios que nos constituyen y a través de los cuales nos insertamos en el mundo y hacemos sentido del mismo: cuerpo, lenguaje y emociones. Estos tres dominios también son posibilidades de intervención para el coach. Exploremos algunas ideas al respecto del primer constituyente de esta tríada…

El cuerpo físicamente más atractivo y natural se ha formado, se ha moldeado a través de la historia a base del trabajo con él. En otras palabras, el trabajo manual y físico forma los cuerpos de manera natural. El gimnasio es producto de la separación del trabajo corporal y del intelectual. A tiempos y lugares distintos, modelos corporales distintos. Dos datos más, estos publicados en la revista “Integral” de julio de 1996: el 90% de las adolescentes estadounidenses de raza blanca manifiesta un descontento con su cuerpo, mientras el 30% de las adolescentes de raza negra nos indican lo mismo. Interesante, ¿no? El españolísimo Antonio Gala, en su artículo “La Compañera”, dice que el peor enemigo de la mujer es ella misma, “que concurre a vacunos concursos de belleza…o que considera su problema más trascendente adelgazar sin comer menos.”

Ya sea la fuente de la eterna juventud o la cirugía plástica, la idea y el propósito es, además de alcanzar el modelo estético definido por nuestra sociedad de consumo, eliminar el paso del tiempo y desaparecer los estragos (o las huellas naturales, según sea la óptica que se adopte) que el mismo ocasiona en el cuerpo. Perfecto y joven, esa es la consigna. Los eufemismos son otra indicación interesante del ocultamiento de la realidad por parte del idioma. Estamos llenos de eufemismos. A la vejez, sin ir más lejos, se la llama “la tercera edad”, mientras que a las arrugas se les llama “líneas de expresión”. Pero como alguien dice en un comentario sobre el libro “Femenino Singular: La Belleza a través de la Historia”, de Ángela Bravo, “…al final, frente a modernas lociones, liposomas, cremas y píldoras, los mejores cutis del mundo resultan pertenecer a las esquimales y a las monjas de clausura.”

Mario Satz narra un hermoso cuento en el que una mujer que rejuvenece es rechazada por su hijo, pues éste no la reconoce. “Mi madre tiene arrugas de reír, cabellos de espuma blanca, y, sobre todo, la distancia de los años que justifica nuestro parentesco.” Ella pide entonces que le sean devueltos “sus años de dolor, las marcas de la vida…En un instante de fulgor ha entendido que al querer borrar su aspecto exterior, también disipaba la historia que lo había configurado”, la historia que había labrado ese cuerpo y de la que ese cuerpo era testigo viviente. Las arrugas no son tales, son la experiencia y las emociones que dejan su surco en nuestra piel. Y conste que tengo cuarenta años, no veinte; que mi rostro muestra las cicatrices de un severo acné juvenil y mi testa un cabello que escasea a pasos agigantados.

Michel Foucault, en sus estudios sobre la relación entre conocimiento y poder, adelanta la tesis de que a partir del siglo XVII, cuando comienza a consolidarse una economía de mercado basada en el trabajo corporal, era imperativo el desarrollar un control y una disciplina sobre el cuerpo social y sobre el cuerpo de los seres humanos en lo individual con objeto de apropiarse de él, de controlar sus designios y manipular su actuar (ver su libro “Vigilar y Castigar”). Las instituciones como las prisiones, los cuarteles, los hospitales y las escuelas funcionan así como aparatos estatales de experimentación, separación, catalogación y disciplina corporal. El cuerpo comienza a ser visto ya no sólo como una mercancía, como era en la época esclavista o en la época feudal, sino como un ente individual agente del sistema productivo que no sólo aportaba mano de obra a la fabricación de productos, sino que se convertía, a su vez, en un consumidor de esos mismos productos regresando al patrón el dinero que él había invertido en sus empleados como salario.

Para que este nuevo círculo de la producción en la economía capitalista se pudiera dar, había que regresarle al cuerpo el estatus que la religión católica la había quitado. Bien es cierto, por otro lado, que la ética protestante, derivada del cisma religioso, procuraba la mesura, el trabajo y la frugalidad para ese cuerpo, y contribuyó en gran medida a la consolidación del sistema capitalista sobre todo en los Países Bajos (Holanda), Inglaterra, Alemania y las nacientes colonias norteamericanas. Max Weber ha hecho un estudio magistral al respecto en su extensa obra.

Para que el concepto del cuerpo que ahora tenemos haya llegado a ser tal, ciertamente diversas etapas o pasos previos tuvieron que ocurrir. Uno de ellos, importantísimo, es el surgimiento del concepto de “confort” o “comodidad”. Esta idea, o noción, evidentemente surge en las clases pudientes al combinar el tiempo libre en las recientes clases burguesas (clases medias, comerciantes y empresarios) y la nueva concepción de belleza como un estado alcanzable a través del cultivo de ciertas prácticas y la adquisición de determinados productos.

Este concepto de comodidad va asociado al concepto de la separación del trabajo manual y del intelectual. La comodidad, en el hombre, está ligada al cultivo de la lectura y del espíritu, mientras que en la mujer está asociado a la práctica religiosa y a la crianza de los hijos. La comodidad es enemiga del ejercicio físico, asociado con el trabajo obrero. Descanso, reposo y poca fatiga son temas afines. La imagen corporal buscada y deseada, incluso hasta cultivada de un hombre y de una mujer de fines del siglo XVIII, por ejemplo, es de abundancia en carnes. La abundancia en carnes representa, o es un reflejo de la abundancia material. El reposo y el confort son la representación de ese ocio apoltronado, vaporoso, rodeado de caftanes y oropeles que vemos en las películas y telenovelas “de época”.

En la simpática y a la vez patética película que en español aparece bajo el título de “Cuerpos Perfectos”, Anthony Hopkins, el actor “clonador” de personajes famosos por excelencia como en su tiempo lo fue Sir Lawrence Olivier (ambos ingleses, por cierto), representa una versión de la historia del Dr. Kellog y su famoso balneario/centro de acondicionamiento. En ese entonces, el ejercicio físico empezó a dejar de relacionarse únicamente con el trabajo físico y se aparejó al concepto de salud, obviamente de la mano de una alimentación balanceada, reposo, etc. Pero lejos estaba de relacionarse el ejercicio con la idea de modelamiento físico del cuerpo, de creación de imagen corporal. En ese entonces también, el fisicoculturismo no existía como disciplina escultórica del cuerpo, y los hombres fuertes y ejercitados más bien eran personajes de circo, y las mujeres excesivamente delgadas eran, por lo regular, tuberculosas, enfermedad muy de “moda” a principios de siglo, como lo atestiguan obras como “La Dama de las Camelias” y “La Montaña Mágica”.

Ciertamente, el cuerpo es más que el mero estuche que alberga al alma de manera transitoria, así como también es mucho más que un agregado de compuestos químicos y minerales, o una maquinaria perfecta. El cuerpo es lo que nos permite relacionarnos con el mundo, entrar en contacto con otras personas y con aquello que llamamos realidad. Cómo nos movemos en él, para él, desde él y a través de él importa para comprender cómo nos insertamos en el mundo. Nuestra historia personal ha quedado grabada en él. El cuerpo no sólo habla: grita su verdad. Y a través del trabajo con él, es posible construir una nueva y más poderosa historia personal.

Quizá lo más que se pueda decir sobre el cuerpo se pueda hacer utilizando palabras de Gertrude Stein cuando se refiere a una rosa y dice “una rosa es una rosa es una rosa…” Un cuerpo es un cuerpo es un cuerpo…

Me gustaría seguir aprendiendo de ustedes.

abeuchot@cencoem.org

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