El Escuchar

Escuchar 5

El Escuchar

Dr. Alberto Beuchot González de la Vega

Director del Centro de Coaching Empresarial©

Decíamos en el escrito pasada que somos analfabetas conversacionales. Y ese analfabetismo no se reduce a nuestra incapacidad de hablar, sino que también incluye nuestras dificultades para escuchar.

El escuchar ha sido el “patito feo” de las conversaciones hasta hace poco. Se consideraba que la parte importante era lo que decíamos y la forma en que lo hacíamos. Se hablaba de asertividad y las formas correctas de decir cosas. Pero del escuchar como fenómeno, había poco, ya que considerábamos que se requiere poco o nada para poder escuchar bien (quizá los oídos limpios y despejados, y una atención especial). Últimamente los estudiosos de la comunicación se han dado cuenta que esto no es así, y que escuchar es tanto o más importante que el hablar.

Veamos entonces el fenómeno del escuchar. Éste es siempre activo. No es nunca es un fenómeno pasivo. Al escuchar, hacemos mucho más que simplemente recibir, pasivamente, lo que el otro dice. Otorgamos sentido al decir del otro, interpretamos, desde nuestro ser, lo que está hablando. Allí reside precisamente el gran problema con el escuchar. El sentido que le conferimos a lo que el otro dice, suele ser diferente del sentido que, quién habla, le está confiriendo a su hablar. Es más, esos sentidos nunca son exactamente iguales. Siempre existe una brecha entre el sentido de quién habla y el sentido de quién escucha, simplemente porque somos personas diferentes, con diferentes experiencias, diferentes historias, incluso cuando hacemos uso de las mismas palabras. Siempre conferimos sentido a partir de nuestras experiencias previas, nuestras vivencias presentes y nuestras expectativas futuras.

Escuchar se distingue del oír en que el segundo es un acto biológico. Nos pasa. Unas ondas vibratorias en el aire son captadas por nuestros oídos y llegan al cerebro. Pero escuchar es un acto personal y social. Escuchar es oír bajo una interpretación particular. Escuchamos desde la persona que somos cada uno de nosotros: desde nuestras creencias, nuestra ideología, nuestros condicionamientos. Nuestro escuchar está marcado por nuestro pasado interpretado, nuestro presente experimentado y nuestro futuro imaginado. Por ello es que escuchamos diferente cuando el que habla dice lo mismo. Como ejemplo, cuando una persona dice que habrá divorcio en una familia, quizá un cónyuge escuche amenaza y un futuro negro, y quizá el otro escuche oportunidad de crecimiento y un futuro mejor. Cuando un árbitro dice “gol”, un equipo escucha desventaja y el otro, ventaja, pues escuchan desde su propia interpretación.

En otras palabras, el gran misterio del escuchar efectivo es que radica en cada uno de nosotros, no en lo que el otro dice. Nosotros somos los que atribuimos intenciones a lo que el otro dice, independientemente de las que él o elle tenga al decir lo que dice. ¿Por qué me enojo cuando alguien dice algo? No me enojo por lo que él o ella dice, sino porque yo decido enojarme de acuerdo a la interpretación que le doy. Si voy por la calle y alguien me dice alguna ofensa (alguien que no conozco) y me enojo, es que decidí tomarlo de forma personal y escuché agresión personal. Pero si considero que ni lo conozco y por ello no lo tomo personal ni veo en ello una amenaza a mi concepto como persona, no me enojo. Lo que esa persona dice, entonces, no provoca mi enojo o mi no enojo. Yo lo decido de acuerdo a lo que yo quiera escuchar. Esto es fundamental, pues implica una total responsabilidad por parte de nosotros en lo que escuchamos de los demás.

Una pregunta importante, por ello, es preguntarme porqué escucho como escucho. Desde qué ideas de mí mismo escucho, desde qué auto-concepto escucho. El escuchar, por ello, no es la parte pasiva de las conversaciones, como se había planteado hasta ahora, ni es el tiempo que tomo para tomar aire y seguir hablando con otro. El escuchar es sumamente activo. Tan activo como el hablar. Y cuando escucho sucede un fenómeno interesante. Un buen escucha se pregunta siempre porqué escucha lo que escucha, pero también se pregunta por lo que el otro realmente quiere decir cuando habla. Es decir, se pregunta por sus propias interpretaciones al escuchar pero también por las intenciones del otro al hablar. ¿Qué mueve a la otra persona a decirme lo que me dice? ¿Por qué me dice esto y no aquello? ¿Desde qué emocionalidad lo hace? Cuando escuchamos así, escuchamos más allá de las simples palabras del otro. Escuchamos el alma de quien habla…y la nuestra propia reflejada en la de él. Y cuando escuchamos así, la otra persona lo sabe.

Me gustaría seguir aprendiendo de ustedes.

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