El Perdón
El Perdón
Dr. Alberto Beuchot González de la Vega
Director del Centro de Coaching Empresarial©
El KINTSUGI es una técnica japonesa que consiste en reparar fracturas de la cerámica rota con barniz de resina espolvoreado o mezclado con polvo de oro, plata o platino. Forma parte de una filosofía que plantea que las roturas y reparaciones forman parte de la historia de un objeto y deben mostrarse en lugar de ocultarse, incorporarse y además hacerlo para embellecer el objeto, poniendo de manifiesto su transformación e historia.
El fin de semana pasado asistí a una conferencia. El conferencista hizo hincapié sobre un acto lingüístico particular que los seres humanos tenemos a la mano para limpiar las relaciones humanas dañadas: el perdón. Hace tiempo vengo sosteniendo que uno de los rasgos de una persona emocionalmente inteligente es lo que yo llamo la habilidad para reparar el daño emocional. Y precisamente entre las acciones capitales para ello se encuentra el perdón.
Las relaciones humanas, tarde o temprano, causan conflictos. El ideal sería, claro, que el conflicto nunca se presentara. Pero en ocasiones solemos dañar a otras personas sin proponérnoslo. Decimos algo, hacemos algo que daña al otro, aún cuando nosotros ni siquiera pensemos que eso que hicimos o dijimos pudiera ser interpretado por alguien más como ofensivo o hiriente. O simplemente minimizamos internamente las posibles consecuencias en otro de nuestras acciones. Y cuando esto sucede, la relación interpersonal se ve afectada.
¿De qué manera se afecta? Surge el resentimiento. Esta emocionalidad se instala entre dos personas cuando una de ellas juzga (con razón o sin ella, ¿y quién puede decir que la hay o no la hay?) que ha sido dañada por otra. Juzga que lo que le sucedió le afecta profundamente y se siente dolido, molesto, partido, anulado. El resentimiento hace que la persona que lo padece se sienta víctima, y que juzgue que aquello que le sucedió es injusto. El estado de resentimiento se acerca peligrosamente al de una ira velada, oculta, escondida. En la superficie, puede que se conserve la calma en la relación, pero en el fondo el resentimiento trabaja. Crece en silencio y se manifiesta raramente al descubierto, ya que existe un temor de expresarlo por miedo a las represalias. Es hijo, pues, de la impotencia. Suele instalarse cuando yo juzgo que algo no me fue cumplido, cuando me siento traicionado en mis expectativas. Esto es frecuente en las relaciones de pareja, en las de padres e hijos, en las de jefes y colaboradores.
El resentimiento es un estado emocional sumamente corrosivo, ya que apuesta al fracaso de una relación, y a una idea de venganza velada. Cuando esto es así, cabe la posibilidad de perdonar. Y el perdón, en este caso, entendido no como una graciosa concesión al otro, sino como un acto liberador y limpiador que, en última instancia, beneficia al que perdona, no al perdonado. El perdón, en el fondo, libera a la persona que lo ejerce porque al perdonar decide no darle más autoridad a la otra persona para que siga afectando su vida. El perdón constituye una alternativa para la nunca efectiva queja o reclamo, que lo único que hace es dañar más la relación.
Pero perdonar no significa que dejemos de considerar que alguien es responsable de lo que hizo. Perdonar tampoco es olvidar. El olvidar no es un acto de la voluntad. No podemos decidir olvidar. En ocasiones sucede y en ocasiones no. Perdonar implica terminar con el sufrimiento debido a la interpretación que le dimos a un suceso, e implica también por ello aceptación de ese mismo hecho que, hagamos lo que hagamos, no podemos cambiar.
El perdón tampoco significa sumisión al otro y plena subordinación a su persona. No tiene nada que ver con la humildad. Tiene que ver con la comprensión, con la limpieza del alma para poder seguir teniendo otras emociones que nos hagan crecer. Perdonar, por último, no implica que una relación tenga que seguirse dando, que una relación con otro se siga manteniendo tal y como era antes. En un taller de inteligencia emocional que suelo impartir, el siguiente diálogo se llevó a cabo al hablar sobre el perdón:
Ella: “Lo que él (mi marido) hizo me dañó mucho. Traicionó mi confianza. Rompió mi vida en pedazos y destrozó todo lo que consideraba bueno en la vida. Incluso consideré el quitarme la vida. No quería seguir viviendo con esto rompiéndome el alma.”
Yo: “¿Y qué pasó entonces? Yo te veo muy bien.”
Ella: “Decidí perdonar, y perdonarme a mí por mis pensamientos.”
Yo: “¿Y como va la relación?”
Ella: “Decidí quedarme.”
Yo: “¿Y qué ganaste con ello?”
Ella: “Recuperé mi vida en todos sentidos. Ya no le guardo rencor. Nos une nuestra hija.”
Yo: “¿Quisieras comentar algo adicional acerca del proceso que seguiste?”
Ella: “Aprendí que él hizo lo que hizo por sus limitaciones como persona. Cuando comprendí esto, pude empezar a perdonar. No como una concesión a él, sino por amor a mí misma. Entonces decidí hablar con él y decirle que lo perdonaba, pero que las cosas no podían seguir igual a su lado. Le comenté mi decisión de modificar de raíz lo que seguía. Lo miré a los ojos y sentí un profundo aprecio por el padre de nuestra hija. Le comuniqué que podríamos tomar dos caminos: el fácil y el difícil. Él me miró y bajó los ojos. Hoy, vivimos el día a día con amor.”
Nuestra religión está basada en el perdón, siete veces y setenta veces siete. El perdón es el KINTSUGI del alma. Pero perdonar no es amnesia ni esclavitud: es poder mostrar con orgullo las cicatrices en oro del corazón roto y reparado. Cuando esta mujer dijo esto y se sentó, la gente comenzó a aplaudir. Incluso algunos lo hicieron de pié. Lo sorprendente es que casi todos ellos eran hombres. Cuando esto pasó, me acerqué más a la idea de perdón y a su poder restaurador.
Me gustaría seguir aprendiendo de ustedes.
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