El Ser Humano y su Centro
El Ser Humano y su Centro
Dr. Alberto Beuchot González de la Vega
Director del Centro de Coaching Empresarial©
La Historia, como disciplina de estudio, cumple diversos objetivos. Aquí no deseo entrar en polémica con autoridades respetadas como Carr o como Schaff, pero para el que esto escribe es útil en un aspecto fundamental: servirnos de guía para el presente. Sin embargo, es bien sabido que no aprendemos de nuestro pasado, y si bien la Historia no se repite, es bueno de tanto en tanto reflexionar sobre los acontecimientos aparentemente lejanos a nuestro tiempo y lugar.
No escribo esta vez sobre datos, biografías o lo que llamamos información acerca de este período histórico de la humanidad que se identifica y se relaciona fuertemente con el arte y al que denominamos Renacimiento, por una absurda contraposición con la Edad Media, como si durante ésta el hombre hubiese estado muerto. Quiero salirme del campo de arte arte y tomar un enfoque más pragmático. Deseo centrarme en la historia de las mentalidades, que es un tema sobre el que he escrito mucho y que, en lo personal, puede aportarnos más que el recuento de hechos, personajes y obras. que,
Es mi opinión que nuestro aplastante materialismo tiene su origen en el Renacimiento. El pensamiento que nos domina tiene surge en esta época, de la que sólo solemos ver la magnificencia de personajes singulares y las obras que nos dejaron, como Leonardo da Vinci, Miguel Ángel Buonarroti y Rafael Sanzio, entre otros. Lo artístico, si bien revela algunos aspectos humanos, a la vez también opaca, disfraza y oculta el tipo de hombre que se va formando. Las obras de arte, si bien son producto de una cierta estructura mental, no son la estructura mental misma. Después de todo, el mapa no es el territorio.
Durante el Renacimiento, es justamente la época en que el hombre se percata (o tiene la creencia) de que su futuro, de que su situación y su estar en la vida no está en únicamente ni de manera más importante en manos de Dios o determinada por el destino o el azar, sino en las suyas propias. Pico de la Mirandolla, el controvertido humanista del Renacimiento italiano, nos ofrece, en su “Discurso sobre la Dignidad del Hombre”, este interesante pasaje: “Dios dice a Adán: ‘Te he puesto en medio del mundo para que te sea más fácil ver lo que hay en él. No te he creado para hacer de ti un ente celeste ni terreno, mortal ni inmortal, sino para que, como escultor, puedas cincelar tus propios rasgos. Puedes degradarte y ser un animal, pero también puedes renacer como un ser semejante a Dios mediante la libre voluntad de tu espíritu’.” Es decir, la última responsabilidad de lo que haga o deje de hacer el hombre es para consigo mismo.
El concepto de la importancia que tienen las acciones que tomemos o dejemos de tomar como individuos adquiere una señera relevancia para diseñar el tipo de vida que deseamos. Esto tiene una serie de implicaciones de tremenda importancia para el hombre contemporáneo. Para nosotros, es muy sencillo y hasta obvio, pero no lo era para la gente de esa época. Las ideas de Pico de la Mirandolla causaron verdadero revuelo en su tiempo. El arrebatar el destino de las manos de Dios y colocarlo en las de los seres humanos abre posibilidades infinitas y constituye una manera muy poderosa (como capacidad de aumento de acción efectiva) de ver la vida.
Pero también deposita en cada uno de nosotros la responsabilidad de hacernos cargo de lo que nuestros actos provocan en nosotros, en los demás y en mi medio circundante, además de que contribuye a la desacralización del mundo y al surgimiento del embrión de la arrogancia frente al universo. En pocas palabras, surge la idea del individuo, del ser creador con poder igual al poder divino de realizar grandes acciones. Los Cristos renacentistas de Miguel Ángel no son Cristos de gesto adusto y ademán pontificador que infundan miedo o temor como lo hacen sus imágenes durante el período Bizantino y Románico medieval, o Cristos delgados colgando de la cruz en impotencia y sufrimiento infinitos como las representaciones góticas. Son Cristos de cuerpo poderoso, más humanos que nunca, reflejo de la imagen del hombre en la figura del Hijo de Dios.
También es la época de la pérdida del concepto de la Tierra como centro del Universo y de la pérdida de Europa como el centro del mundo. Es, en suma, la pérdida de las grandes certezas acerca del mundo, del hombre, del universo y de Dios con las que el hombre medieval había venido operando durante diez siglos: la pérdida del centro. Las razones son muchas y han sido y siguen siendo muy estudiadas (el comercio, las cruzadas, el descubrimiento de América, etc.). Para la mentalidad científica y económica moderna, esto fue un enorme adelanto para la humanidad, un gran logro. En lo personal, no estoy tan seguro, y lo contemplo con reservas. Cuando el centro se pierde, nosotros ocupamos su lugar: asumimos patéticamente el papel de Dios.
De este modo, parte importante del desasosiego que nos aqueja, de esa pérdida de la liga, ese desligarse del entorno y levantarse por sobre él proviene del Renacimiento. La puntilla fue dada por René Descartes, al concebir al hombre ya no como un Dios en pequeño, sino como una máquina, escindida en mente y cuerpo. ¿Cómo podemos paliar este aspecto negativo, que ha traído una depredación de la naturaleza, una deshumanización y una soberbia sin límites? Esta misma capacidad de reflexión que nos hace participar en el proceso de creación del mundo y de nosotros mismos es la que nos despoja de la inocencia y la seguridad espiritual.
Sin embargo, y a pesar de lo arriba dicho, el hombre del Renacimiento, el artista, tenía una mente universal, totalizadora, abarcante, no fragmentaria. Esta curiosidad incesante que incursiona en todos los campos con éxito, ese atreverse a hacer las cosas con coraje, fuerza y certeza, sin temer al error o paralizarse por el posible castigo divino, es la parte positiva que debemos rescatar. Ese emprender obras enormes y majestuosas la hace falta a nuestra época. Ese ver el bosque y no sólo los árboles está ausente en nuestra mentalidad. Nos hemos vuelto pusilánimes, timoratos, con temor, sin espíritu para arriesgar. Ese poder creador de retar y enfrentar al mundo con soluciones novedosas. Sólo un Segundo Renacimiento que nos regrese al centro, que nos haga rescatar el centro perdido sin despojarnos del espíritu emprendedor, nos salvará del caos.
De modo grueso, a sabiendas de la sobresimplificación que esto acarrea, el hombre del Románico medieval concebía a la naturaleza como amenazante, como lugar de pecado y tentaciones donde habitaba el demonio. El Gótico aprendió a gozar de esta naturaleza y a sentirla como alimentadora de las sensaciones corporales. Durante el Renacimiento, se volvió objeto de estudio alquímico y protocientífico, mientras que para el mundo moderno el concepto naturaleza ha pasado a describir el conjunto de la materia inerte que nos rodea, lista para su explotación económica. Es muy posible que nuestra debacle como especie haya comenzado en el Renacimiento.
Por otro lado, en lo referente a la concepción que el hombre tenía de sí mismo durante el Románico, podemos hablar de un títere de los caprichos divinos, amenazado por el castigo a su conducta pecaminosa. El Gótico comienza a ver al hombre como una criatura, como una especie más de vida en armonía con su entorno y en abierto goce sensual con él, hijo amado de Dios misericordioso. El Renacimiento piensa un hombre similar a Dios en su poder y fuerza creativa, mientras que nuestro mundo concibe al hombre sin Dios, muy superior ya a este concepto que considera “no científico.” Esto puede darnos una idea del “progreso” que en algunos campos ha sufrido el hombre con el paso de los siglos.
Sin embargo, no deja de ser interesante el hecho del Renacimiento como tal. ¿Cómo interpretar la idea de que no es un lugar y un tiempo, aunque así lo aparenta, el que haya dado lugar o haya generado tal camada de talentos artísticos, filosóficos, científicos y matemáticos? Mi interpretación es que ciertas épocas y lugares (Grecia y su región en el siglo V a.C., París a principios del siglo XX) atraen hacia ellos a cierto tipo de personas y la sinergia que esas mentes producen estimula nuevamente la creación. ¿Qué enseñanza se desprende de todo esto? Primero, las disposiciones emocionales de los individuos por explorar lo desconocido y sacrificar lo ya conocido. Esto hay que rescatarlo. Segundo, el cultivar las situaciones y condiciones de contacto ayuda a la emergencia de nuevas posibilidades. Grandes transformaciones en la historia de la humanidad (Renacimiento) han sido el resultado no sólo del genio de los individuos, sino también de las culturas generativas, de las redes conversacionales y de los sistemas de interacciones que permitieron la emergencia de esos individuos. Hoy el mundo vive en una comunicación tal, que la emergencia de nuevas condiciones para un segundo Renacimiento está dada. ¿Las dejará pasar nuestra infinita arrogancia y nuestra insultante soberbia? Si esto no sucede, no creo que haya una siguiente oportunidad.
Me gustaría seguir aprendiendo de ustedes.