Pensamiento, Emociones, Lenguaje y Acción

Arcoiris

Pensamiento, Emociones, Lenguaje y Acción

Dr. Alberto Beuchot González de la Vega

Director del Centro de Coaching Empresarial©

La esencia de todos nuestros problemas, sugiere Mark Engel, es un pensar defectuoso, y la única medicina para ello es un pensar de mejor calidad. Por otro lado, Rafael Echeverría menciona que las limitaciones de nuestro lenguaje a menudo ocasionan problemas filosóficos altamente sofisticados. Plantea, de hecho, que todo problema entre seres humanos es producto de una conversación defectuosa. En otras palabras, para toda situación difícil hay una conversación particular indicada. Daniel Goleman, por su lado, señala que el identificar, modificar y diseñar nuestras propias emociones y las de otros contribuye al bienestar de todos y al éxito en las relaciones interpersonales. Finalmente, Chris Argyris establece que una ciencia de la acción humana debe combinar eficazmente un conocimiento sobre el mundo y la capacidad de transformarlo. De este modo, pensamiento, lenguaje, emociones y acción constituyen las cuatro facetas de un cuadrado que conforma nuestra vida cotidiana, de un modelo que norma nuestro quehacer diario y nos define como seres sociales.

Dado lo anterior, y profundamente convencido de que el cambio en las pautas educativas es la única posibilidad no violenta de que disponemos para construir una sociedad más humana, planteo que el enorme malentendido que implica la separación de dichos factores (pensamiento, lenguaje, emociones y acción) constituye el origen de algunos de nuestros problemas de convivencia social más severos. Es decir, la incongruencia entre el pensar, decir, sentir y actuar, la brecha que se establece entre ellos en nuestro particular sistema económico y político, propicia severas distorsiones en las relaciones interpersonales en los ámbitos local y global, con los efectos devastadores sobre los seres humanos en particular y sobre el mundo en general. Y es desde la educación, desde su actuar, que podremos difundir una nueva concepción, un nuevo arreglo estructural y sistémico de estos cuatro factores que tradicionalmente hemos tratado por separado, como si no tuviera que ver cada uno con los demás, como si cada uno fuera un ente escindido del todo que constituye nuestra persona.

Edward O. Wilson, padre de la sociobiología, indica en su espléndido libro “La Unidad del Conocimiento” que “la empresa más grande de la mente humana siempre ha sido, y siempre será, el intentar establecer la liga entre las ciencias y las humanidades. La presente fragmentación del conocimiento y el caos resultante de ello no es el reflejo del mundo real, sino producto de artificios de los académicos.” Nuestra concepción del cuerpo y de la mente como entes separados es generalmente (y de manera muy injusta) imputable a Descartes. Sin embargo, diversas épocas han contribuido a solidificar esta noción separatista, y a arrojar de nuestros cuerpos y almas la noción de la inteligencia contemplativa y del espíritu religioso.

Dos de ellas, el Renacimiento y la Ilustración, no en balde consideradas como pináculos en la ascendente carrera del ser humano hacia el “progreso”, dieron sendas puñaladas a la sacralización del mundo y minaron aún más la comunión del ser y el mundo. El dualismo cuerpo-psique (paralelo al dualismo mundo-especie humana) ha propiciado, en el campo de la medicina, el absurdo del tratamiento de síntomas en un cuerpo que se considera como un objeto pegado a la cabeza, y el abandono de la concepción holística del enfermo como un ente biopsicosocial. En la educación, sus efectos no han sido menos dañinos. Simplemente se ha privilegiado el intelecto, el pensamiento, como el instrumento por excelencia para llevar a cabo el aprendizaje, en detrimento de la intuición, la emoción y el cuerpo.

Esta relegación del cuerpo, de la acción y de las emociones como instrumentos de aprendizaje impide, en primer lugar, que cualquier conocimiento se “in-corpore”, es decir, que literalmente se haga cuerpo. Al incorporar conocimiento, éste queda registrado, grabado, somatizado y, por lo tanto, se vuelve realmente significativo, experiencial. Nadie puede aprender a nadar leyendo un libro de texto, o a amar del mismo modo. De otro modo, permanece únicamente a nivel intelectual. Con esto quiero decir que para aprender, debemos hacerlo desde nuestras emociones, con fe y voluntad, y con un cuerpo dispuesto a ello. En segundo lugar, la denegación del cuerpo como asiento del alma propicia un sentido de culpa religioso, por un lado, y una instrumentalización patológica por otro (la estética corporal como sinónimo de bienestar personal).

Cada pensamiento que tenemos implica, literalmente, una acción que incide sobre el mundo que nos rodea. Dicho pensamiento a la vez es lenguaje, pues hablamos con nosotros mismos. Nuestros pensamientos y nuestro lenguaje pueden modificar la realidad exterior. De hecho, la definen, la construyen. Si usted le dice constantemente a un niño que es un idiota, un incapaz, ese niño crecerá marcado y asumirá sus declaraciones como verdaderas, pues usted posee autoridad sobre él para que dichos juicios proferidos tengan un peso enorme sobre su realidad. Más aún, nuestro hablar, nuestro decir siempre proviene de un espacio emocional. Cuando hablamos, manifestamos pensamientos desde una emoción determinada y con una disposición corporal que a veces contradicen lo dicho verbalmente y a veces lo apoyan de manera tajante.

Al haber aprendido a lo largo del tiempo que pensamiento, acción, emociones y lenguaje son ámbitos distintos, separados por siglos de malentendidos filosóficos, científicos y religiosos (no nos olvidemos que las religiones monoteístas han literalmente castigado al cuerpo condenándolo a la inexistencia casi total, y que la etiqueta social y la noción absurda de madurez nos lleva negar y a ocultar nuestros sentimientos y emociones como síntoma de inestabilidad emocional), hemos aprendido de igual manera que nosotros y el mundo exterior son cosas distintas, que los seres humanos y la naturaleza están escindidos. En el mejor de los casos, llegamos a intelectualizar estos conceptos de unión simbiótica con el medio, y a unificar racionalmente las emociones. Pero no hemos incorporado dicho conocimiento, dichas nociones de unidad integral.

Hay una historia deliciosa que ilustra esto. Un amigo le pidió a otro que lo llevara a conocer el bosque, pues nunca había visto uno. Al llegar al lugar, el primero preguntó por el bosque. El amigo le dijo que se encontraban dentro de él. El primero respondió que no lo engañara, que lo único que él veía eran árboles, muchos árboles, pero no veía el bosque. Así, comprobaba que eso del bosque era un mito. Esta historia, entre otras cosas, ilustra el fin de la era exageradamente analítica, del método de pensamiento que destroza la realidad en sus partes más pequeñas y procede a describirlas.

De ahí que se conciba al ser humano como compuesto de carbono, hidrógeno, nitrógeno y oxígeno, y 70% de agua. Es verdad, pero no toda la verdad, y una verdad a medias es, a fin de cuentas, una mentira. La realidad es mucho más que la suma de sus partes. Es tiempo de sintetizar, de unir de volver a juntar las partes que destazamos del todo original y concebir una visión más global del hombre y su quehacer. La educación no sólo puede, sino que debe hacer esto desde un espacio privilegiado. La “Carta de la Tierra” en su apartado 14 indica claramente que es necesario integrar en la educación formal y en el aprendizaje a lo largo de la vida, las habilidades, el conocimiento, las actitudes y los valores necesarios para un modo de vida sostenible, y reconoce la importancia que para ello tiene la educación moral y espiritual (conste que espiritual no es sinónimo de religioso).

De este modo, la educación dejará de ser una mera capacitación para un mercado laboral concentrada en la formación de capital de trabajo, y se convertirá en una fuerza con una capacidad constructora tal que nos reintegre nuestro sentido realmente humano. Es tiempo de entender que lo que decimos es acción, que nuestro cuerpo refleja nuestros pensamientos y que nuestras emociones son disposiciones para la acción. Es tiempo ya de aprender a ver el bosque y no sólo los árboles.

Me gustaría seguir aprendiendo de ustedes.

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