Motivos e Inquietudes (2)

Motivos e Inquietudes (2)

Empatía en exceso (1)

Motivos e Inquietudes (2)

Dr. Alberto Beuchot González de la Vega

Director del Centro de Coaching Empresarial©

La semana anterior comentábamos acerca del miedo como una de las tres inquietudes fundamentales que hacen que los seres humanos actuemos. El miedo es una emocionalidad legítima y en ningún caso “negativa.” Biológicamente, está diseñada como mecanismo de defensa de la especie. Es probable que el individuo extremadamente temerario llegue a perder la vida pronto. Pero el miedo al que me refiero no es ese miedo genético instintivo, sino el miedo sociocultural aprendido, aquél que adquirimos en el transcurso de nuestra vida.

La vida es, hoy día, un constante proceso de cambio. No lo era tanto en el pasado. Recuerdo que mi padre tuvo un solo trabajo por más de 20 años, haciendo lo mismo. No se hablaba de globalización, de mercados emergentes, de competitividad empresarial, de autodeterminación de los individuos, de creatividad, de actitudes y valores empresariales. Pero esto ha cambiado. Estamos inmersos en una transformación permanente. Es un lugar común que lo único que permanece es el cambio. Y esto requiere del individuo una tremenda disposición para aprender cosas nuevas y desaprender otras que hasta ese momento le habían resultado positivas.

Pero todo proceso de cambio lleva dos emocionalidades encontradas aparejadas: el miedo y la expectación. Veamos con más detalle esto. ¿Por qué el miedo al cambio? Es curioso, pero también los gerentes de empresa con los que he platicado manifiestan un miedo a no cambiar. Entonces tenemos un miedo al cambio y un miedo al no-cambio. El primero surge porque en el fondo entendemos que el territorio al que nos aventuramos cuando emprendemos un proceso nuevo es en gran parte desconocido, y si fracasamos está en juego nuestra propia autoestima y la identidad pública que tenemos frente a los ojos de los demás. Es decir, el cómo me veo yo y cómo me ven los demás. El segundo surge por una comprensión de que si no avanzo, lo que sucede es que retrocedo, y no estoy a la altura de lo que las circunstancias de mí demandan.

Sin embargo, en el fondo el miedo es aún más importante. Existe un miedo a que, para lograr cambios de fondo es necesario poner en cuestión todo aquello que creo que soy: mis creencias, mis valores, mis actitudes ante la vida, y quizá adquirir nuevas. Y esto no es sencillo, pues se trata de diseñarnos a nosotros mismos una y otra vez, y abandonar las certezas que tenemos aunque nos haya ido no tan bien en el pasado.

Platicaba con una persona que me decía que él no tenía miedo de cambiar. Para él era muy fácil hacerlo. En un taller para parejas en otra ciudad, les pedí a los participantes que les dijeran a sus parejas algo aparentemente muy sencillo: “Mi vida, te amo.” Y para ello, los invitaba al frente del grupo, cara a cara, a que se vieran a los ojos durante un minuto y después se dijeran esto uno al otro. Cuando pasó esta persona con su pareja, le fue imposible decirle a su mujer esa pequeña frase. Sencillamente no pudo. Al pasar a la interacción con él, esto fue lo que sucedió:

Yo: ¿Por qué no pudiste decir esa frase tan sencilla a tu mujer? ¿Es que no la quieres en realidad o es otra cosa?

Él: “Si la quiero, y ella lo sabe.

Yo: ¿Y no crees que le gustaría escucharlo de tus labios en forma directa?

Él: “Si, pero ¿para qué se lo digo si se lo demuestro todo el día’”

Yo: “Creo que son dos cosas diferentes. ¿Crees que en el fondo es miedo lo que te impide hacerlo?”

Él (molesto): “Yo no le tengo miedo a ella. No le tengo miedo a nadie.”

Yo: “Yo no he dicho eso. Lo que es posible es que quizá el miedo que sientes es diferente. ¿Un miedo quizá a que a tus ojos, y a los de tu pareja, te veas débil cuando le dices que la amas?”

Él (callado unos instantes): “Es que mi padre me enseñó que mostrar los sentimientos es signo de debilidad, y que los demás se pueden aprovechar de nosotros cuando los manifestamos.”

Yo: “¿Te das cuenta dónde aprendiste eso? Déjame preguntarte algo más…¿Te da gusto trabajar con la gente que trabajas?”

Él: “Sí, claro…”

Yo: “Pero no se los dices, ¿verdad?”

Él: “No.”

Yo: “Y no solamente eso, sino que te muestras irritado y gritón con ellos, porque crees que así te proteges contra cualquier signo de intimidad. Así defiendes tu vulnerabilidad frente al otro. Así te proteges del miedo de abrirte a los demás. ¿Te das cuenta de lo que esto te ha causado en la vida? ¿Podrías decirle ahora a tu mujer que la amas?”

Le dijo a su mujer en ese instante, cuanto la amaba, pero no pudo evitar romper en llanto frente al grupo. Sus barreras se derrumbaron y sus defensas cedieron. Vio que no pasaba absolutamente nada. Al contrario, salió fortalecido.

Debemos trabajar no para eliminar el miedo, sino para hacerlo operar a favor nuestro. El miedo es precaución, y para muchos, un acicate para la acción. Dice el pueblo que el valiente no es aquél que no tiene miedo, sino aquél que lo reconoce frente a sí mismo y frente a otros, y aun así actúa y sigue adelante.

Me gustaría seguir aprendiendo de ustedes. abeuchot@cencoem.org

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